¡PROBE PELAYÍN!
En cierta ocasión picaron a la puerta de una vecina mía. Preguntaban por su yerno. «¿Vive aquí X, un puntu pequeñu, calvu, barrigón y con una nube nun güeyu?». Mi vecina quedó un momento pensativa. «¡Ai, sí, pero nunca pensé que yera tan desgraciáu!».
La anécdota vino a mi cabeza al ver en LA NUEVA ESPAÑA las declaraciones del arqueólogo Iván Muñiz: «Pelayo mediría probablemente 1,50, quizás sería calvo y le faltarían dientes». ¡Hombre, pues sí, probablemente, puesto que la estatura media era hasta no hace mucho relativamente baja! ¿Pero por qué no de 1,60, cuanto más que, siendo de una familia bien alimentada, es más fácil que su estatura superase la media? ¿Y no es aún más verosímil que su talla un poco superior fuese un rasgo que lo hiciese destacar para ser elegido cabezaleru o aceptado como tal? Que le faltasen dientes es verosímil, aunque no inevitable, ¿pero calvo? ¿También barrigón, como el yerno de mi vecina?
Este tipo de aventuraciones se sustentan sobre la voluntad del declarante de hacerse notar, de abrirse un sitio entre la pléyade de especialistas dedicados a una materia, pero, por otro lado, tienen su correspondencia con una corriente de abundante floración en estos tiempos: la de reducir a poco más que la nada Covadonga y los primeros años del Reinu d’Asturies, en parte, por el hecho en sí mismo, en parte, por negar el concepto de Reconquista y lo que ello entraña de construcción de España como Estado a lo largo de la historia y de poner en cuestión los valores que la conformaron, una mezcla de cristianismo, herencia romano-clásica, individualismo y libertad, frente a los proclamados por el Islam, frecuentemente idealizado éste durante su permanencia en Hispania y convertido en otra cosa.
Vengamos a Covadonga. Hay una tendencia a negar allí una batalla (y, con ello, implícitamente, el papel de Pelayo como líder). Pero para muchos historiadores, y no digamos para la totalidad de los antiguos, sí la hubo. Seguramente, más engarradiella que batallona allí; probablemente algo más en su entorno. Lo evidente es que en pocos años está asentado un poder asturiano, un Reinu, que se expande y que crea monumentos de eso que llamamos «Arte asturiano», lo que implica un nivel de excedentes importantes, la utilización de artesanos y arquitectos, etc. De no haberse producido ello en la línea de la historiografía tradicional, más o menos hiperbólica, ¿de dónde habría salido todo? ¿Acaso por un milagro de la Santina, sin batalla?
Las implicaciones del discurso negacionista que trata de reducir o anular el término «Reconquista», ligándolo a la construcción de un discurso calificado negativamente como «españolista», «ultraconservador», «ranciamente católico y reaccionario», son de mayor gravedad. Es cierto que la palabra «reconquista» es tardía, y que la visión de Covadonga como símbolo y raíz de la construcción del Estado unitario y su fortaleza es una idea del XVIII (el entorno de Xovellanos ya anda tras ella). Pero la idea de la importancia de Pelayo y Asturies en la recuperación del territorio invadido por el Islam es secular, y no es menos antigua la idea de la expulsión de los moros del territorio invadido y establecer en la península una sola cultura y religión, la occidental y cristiana.
Lo sorprendente es que muchos de los debeladores de estas ideas parecen, en el fondo, lamentar el proceso histórico y su resultado, la sociedad actual; echar de menos la persistencia en España de un poder con cultura islámica, si no de un Estado que conviviese en paridad con el occidental sobre una parte del territorio.
Y la pregunta es: ¿pero de verdad preferirían vivir en una sociedad sometida a los dictados religiosos y sociales de los imanes? ¿A los valores políticos y sociales del Islam? ¿Qué lamentan entonces o añoran?
Y cuando son mujeres las que se manifiestan en esa línea, ¿para qué preguntarse?
Seguramente conocen ustedes la troquelación de Platón: «Doy gracias a los dioses por haber nacido griego y no bárbaro, libre y no esclavo, hombre y no mujer». Mutatis mutandis, es una declaración que, salvo en el último término, suscribiríamos hoy los habitantes de bastantes países. Por desgracia, en otras muchas partes del mundo, la frase podría ser suscrita por entero por sus habitantes varones, por la situación de dependencia, preterición, marginación o esclavitud de la mujer.