Pensé en titular este artículo, remedando el soneto de Quevedo, “Érase un profesor a una reunión pegado”, pues, efectivamente, uno de los problemas de la enseñanza es la sobrecarga de tareas inútiles y burocráticas, que agobian cada vez más a los profesores. Pero me he decidido por este otro, para centrarme en las cuestiones relativas a la función de la enseñanza y el progreso de los alumnos.
La escuela, la enseñanza, tiene diversas misiones: conformar una determinada mentalidad social y una concreta visión del mundo (de ahí los conflictos en torno a la enseñanza de la religión o la pretensión de imponer determinadas mentalidades a través de la Educación para Ciudadanía, como se llamó, o la Educación en Valores, como se llama ahora); prestar una instrucción básica a la mayoría de la población (Ministerio de Instrucción Pública se denominó muchas veces nuestro Ministerio de Educación); facultar a los individuos para el ascenso social.
El rendimiento de los alumnos —al margen de capacidades individuales, que existen— viene generalmente determinado por su ambiente y su economía familiar, de modo que obtendrá mejores resultados quien tenga mejores condiciones de partida que quien las tenga peores; y de la misma manera, acabadas instrucción y formación, les será más fácil acceder a mejores trabajos a quienes dispongan de un mejor ambiente familiar, tanto por su formación personal como por las relaciones familiares. El objetivo de la enseñanza, en ese aspecto, es lo que convenimos en llamar “igualdad de oportunidades”, esto es, que pese a las disímiles condiciones de partida entre los individuos, los que sean capaces de entre los peor dotados inicialmente puedan tener, al término de su formación, idénticas capacidades para emplearse que los que partieron en condición ventajosa. Hemos dicho “los que sean capaces”. Añadamos: y se esfuercen para ello.
Pues bien, la tendencia de la reciente legislación no parece que tenga, en realidad (otra cosa es que lo predique) conseguir ese objetivo de preparar para el ascenso y la igualación social. Sí aumenta el baño en el discurso dominante, hasta el punto de que yo he dicho en alguna ocasión que volvía la FEN, no porque discurso ni “valores” sean los mismos, sino porque tienen los actuales programas la misma voluntad de adoctrinamiento universal e incontrovertible. Un solo ejemplo: llevar la llamada “perspectiva de género” a las matemáticas.
Pero, con respecto al objetivo fundamental, parece trabajar en contra de él. El alumno en clase necesita, en primer lugar, ser motivado para esforzarse. Si es igual que trabaje que no, porque va a pasar el curso, si se procura ocultar el resultado de su rendimiento (eliminando las calificaciones numéricas), el estímulo para los más capaces y preparados familiarmente puede que no decaiga, pero sí lo hará para el alumno más torpe, más distraído o más vago.
El ambiente general que se ha instalado, por otro lado, es que el aprobado general va a ser la norma. Ya sé que se niega, pero miren ustedes los resultados de los últimos cursos, incluido este, y verán como los aprobados, también los de la selectividad para la entrada en la Universidad, superan el 90% y van en aumento.
Esa tendencia, a la igualación general, a la preterición del mérito y la capacidad, se refuerza de muchas maneras. Recuerden, por ejemplo, que nuestro Gobiernu (siempre en cabeza, por cierto, de la sumisión a los silbidos de Madrid) ha decidido que, cuando en una carrera de FP haya más demandantes que plazas, ¡estas no se atribuirán por la nota, sino por sorteo de las letras de los apellidos!
Por otro lado, en cada clase se pierde al menos un 20% del tiempo (según el informe PISA) en conseguir que el alumno se centre en la tarea, y ya no digo nada si las tabletas que usan pueden permitir escapes por la red. Quien haya sido enseñante o lo sea sabe, además, que en los trabajos en grupo (que se potencian exponencialmente en los nuevos currículos: “competencias”, “proyectos”) hay algunas personas que lideran y trabajan y otras que se limitan a seguir la corriente y aprovechar el esfuerzo de los demás.
Si ustedes creen que todo ello colabora en ese objetivo central de dar armas al individuo para su progreso personal, para el ascenso social y la igualación, están en su derecho.
Sé que existen y que abanderan todo ello.
Xuan Xosé Sánchez Vicente