IDENTIDÁ, DISCURSOS, EMPLEOS
Gustavo Bueno es una figura indiscutible en sus producciones y proyección. Con todo, en lo tocante a Asturias, don Gustavo, como otros muchos ciudadanos, tenía algunas, digamos, manías. Fue muy combativo contra la normalización del asturiano, y, en esa línea, formó parte nuclear de los autodenominados “Amigos de los Bables”. Uno de los argumentos del filósofo era el de que “pretender normalizar el bable es como pretender llevar la gaita al conservatorio”.
El día tres de este mes LA NUEVA ESPAÑA titulaba: “La gaita asturiana hace historia con su primera promoción de titulados superiores”. Pues ya ven cómo si es posible “normalizar la gaita” y llevarla al conservatorio, al igual que la evolución del asturiano ha destrozado todos los tópicos sobre la incapacidad de nuestra lengua para ser una lengua “normal”: en la creación literaria, en la escritura periodística o en las redes sociales, en el ámbito filológico y normativo a través de la Academia…
Los “Amigos de los Bables” (en realidad, sus enemigos, pues declararse partidario de su supervivencia en el mundo contemporáneo, sin establecer, como las demás lenguas, un estándar y sin darle los atributos sociales de “lengua normal”, desde los jurídicos a los de los medios de comunicación, es condenar a los hablantes a la marginalidad y a la lengua a la desaparición) eran incapaces -como lo son, es cierto, otros muchos ciudadanos- de sentir la lengua como una seña de identidad colectiva y, por consiguiente, de valorarla y querer su vitalidad.
Pero no veamos en esa postura una muy particular idea de un grupo más o menos numeroso de ciudadanos, es parte de un entramado más general de desafección hacia Asturies o, si quieren, de minusvaloración de lo que somos y de atención preferente a lo general español, a lo europeo o a lo mundial. Siempre lo de fuera por encima de lo nuestro, siempre antes; lo que lleva, en la práctica, a la sumisión política y a no encontrar caminos propios para nuestros problemas económicos y sociales (no hablo, entiéndase, de nacionalismo).
Ahora mismo, con motivo de la celebración de los 1.300 años de la batalla de Covadonga, asistimos a discursos de negación del hecho o, al menos, de relativización de su significado y consecuencias, como si Covadonga, Pelayo, Cangues, el Reino no hubiesen existido como una singularidad o fuesen una mera continuidad de algo más importante, por no-asturiano y de fuera, el reino visigodo. Permítase, a propósito, el inciso de señalar la razón que tiene el señor Barbón al censurarlo.
Ese tipo de discursos entrañan una visión del mundo que implica nuestra inanidad política, nuestra desvertebración social y, en último término, nuestro enquistamiento económico. Pero ellos no son más que una de las caras de nuestro problema. El otro es el de nuestros discursos sociales, nuestra mentalidad general de exigencia de que el Estado solucione milagreramente nuestros problemas, la escasa simpatía que despiertan la innovación, el emprendimiento y la empresa privada; la desatención hacia ella del discurrir institucional y político. Tenemos, es cierto, un problema, de capitales (como en tiempo de Xovellanos), pero también de clima y ambiente para el crecimiento de las empresas, es decir de la economía, es decir, del empleo.
Hace ya años publicaba en estas páginas un artículo donde destacaba las palabras de un recién llegado: “me pareció que había viajado a un país diez años atrás del resto”. Pues bien, desde hace meses LA NUEVA ESPAÑA viene publicando unas interesantísimas entrevistas con asturianos de todos los ámbitos (empresariales, científicos, docentes…) que han tenido que salir fuera a trabajar y triunfar. Lean. No hace falta que lo hagan con mucha atención, lo verán enseguida: todos ellos, todos sin excepción, señalan como negativas para nuestro progreso esas peculiaridades que acabo de apuntar y piden cambiar esas mentalidades y “querernos más”.
Solo les pondré un ejemplo, las palabras (04/06/2022) de Víctor Fernández Coalla sobre lo que tenemos que hacer: “Vendernos mejor, borrar complejos y apoyar lo asturiano”.
Como he troquelado, “Ni nos vemos ni nos ven”, es decir, “no queremos vernos –conocernos, reconocernos y querernos- y, por eso, no nos ven”. Ni, añadamos, enfrentar nuestros problemas y poner las bases para remediarlos.
PS. Por cierto, mis felicitaciones a Daniel Meré, Fabián Fernández y Marco Antonio Guardado, que son los gaiteros que dieron sus audiciones finales tras cuatro años en el Conservatorio de Oviedo.
Xuan Xosé Sánchez Vicente