“Todo será maravilloso”, dice el cantar. Pero no será así en el mundo de la enseñanza, será extremadamente problemático, aun en la perspectiva actual, es decir, suponiendo que los contagios no se acerquen al nivel de catástrofe. La experiencia previa. La enseñanza a distancia durante estos meses ha demostrado cuántos problemas conlleva: menor rendimiento, incluso en los mejores escolares; pérdida de motivación en los alumnos; disminución de los aprendizajes. Además, el aprobado general que de facto se ha dado constituye un incentivo para que en el futuro algunos alumnos entiendan que esa especie de “derecho” (que, por cierto, se refuerza con ciertos discursos institucionales) los libra del esfuerzo por superar metas difíciles. La enseñanza en casa, además, refuerza las diferencias en el aprendizaje según del tipo de familia de que cada alumno provenga, en lo relativo a estímulos, ayudas, ambiente cultural etc. La escuela palía en alguna medida esas diferencias, por la ayuda y la competitividad entre los escolares, por la presencia directa e inmediata de un educador, lo que no puede hacer la familia. Porque el mayor problema de la instrucción en casa no es el de la brecha digital, como el papanatismo contemporáneo reitera, sino el de la brecha familiar. Y finalmente, la ausencia de los amigos, los compañeros, los juegos y la soledad generacional provocan problemas de índole variada, cuya gravedad no sabemos evaluar con precisión y seguramente distintos en cada individuo, pero no triviales. Señalemos también que el alumno en casa solo no puede estar, de modo que es un problema si los padres trabajan fuera, pero también si lo hacen en el hogar, pues en este caso el que lo hace tiene una doble ocupación, no siempre compatible. El próximo curso y los pollos sin cabeza. Si se tratase de echar unas risas, demóstenes Celaá sería una tipa estupenda, como ministra es más bien penosa. Por un lado, sus opiniones duran lo que un paquete de golosinas a la puerta de un colegio. Así, en poco más de un mes ha pasado de proclamar para el próximo curso una enseñanza fundamentalmente a distancia o alternante a requerir una enseñanza presencial. Ello con ocurrencias como las de unos “grupos burbuja” que nadie sabe lo que son, o dar clase en los patios, los gimnasios y en espacios municipales fuera del centro. Enseñanza presencial. Es una convicción universal que el próximo curso la enseñanza debe ser presencial y continuada, igual para todos los alumnos de cada curso y grupo. Ahora bien, se presentan varios problemas. El de la distancia entre mesas es el primero. Se ha señalado como ideal la de dos metros, la norma ahora (por el acuerdo más surrealista jamás visto, entre C’S y Gobierno) es de metro y medio; algunas comunidades proponen un metro. El de las mascarillas es otro: hasta los diez años, se dice ahora, no habrán de llevarlas. Concuerda mal ello con que en la calle las tengan que llevar desde los seis años. El tercero es el del tamaño de las aulas y el número de alumnos en ellas. Si se va a una reducción de ocupación son necesarias, no en todos los casos, más aulas y más profesores. ¿Hay más aulas? Las propuestas de Celaá y otras semejantes no parecen muy convincentes. Para multiplicar el número de profesores hará falta un dinero que seguramente no existe (cuarenta millones, ha calculado la cicerón de nuestro ministerio llariegu de Educación, émula de Celaá en el discursear con escaso rigor). Al final, supongo, se hará lo que se pueda. En todo caso, el objetivo es la enseñanza presencial, salvo desastre social generalizado. Por cierto, desde que pueden salir a la calle, la generalidad de los niños juegan juntos y sin mascarillas en los parques; los mozalbetes, en su mayoría, circulan en tropa y sin medidas de protección. No parece que ello haya tenido mayor influencia en la cifra de contagios de esas cohortes, otra cosa es que sean portadores asintomáticos. Debería ser un dato para considerar, lo mismo que parece obligatorio aprender de la experiencia que ya tienen otros países. Puesto que ya “inventaron ellos”, copiemos nosotros. La cabeza sin pollo. Lo relativo a la enseñanza universitaria flota aún más en la confusión y en la indefinición. Hemos de señalar, además, que si en los ámbitos de la educación primaria y la secundaria nuestras luminarias, la de aquí y la de allí, deambulan sin rumbo y desorientadas, como pollos sin cabeza, el ministro Castells –cuya fama pretérita ahora que se encuentra bajo los focos de la plaza pública parece un tanto injustificada– se asemeja más bien a una cabeza sin pollo detrás o, tal vez, solo a una cresta. Ya lo decía quejumbrosa la esposa traicionada al saber que su marido tenía un asunto con una charlatana vecina de su mismo portal: –¡Ay, qué desgracia! Colo mal que lo fai. Ahora todo el mundo se va a enterar. ¿Los escogerán por eso, o sea, para que todo el mundo se entere?